DOS MANERAS DE SALIR AL ENCUENTRO DE LOS EVENTOS
El Trabajo enseña que si no nos identificamos, ahorramos energía.
Asimismo enseña que toda la humanidad —es decir, el mundo dormido de la
humanidad— se identifica con cada acontecimiento y así pierde energía para ese
acontecimiento.
De modo que perdemos energía por identificarnos con cada evento.
A lo que da más importancia el Trabajo es al ahorro de energía y al no
dejarse comer por el identificarse.
A menos de ahorrar energía no podemos despertar, porque la vida y sus
aconteceres giratorios nos absorben nuestra energía en todo momento.
Tal como lo oyeron decir muchas veces, esto significa que somos una máquina
impulsada por la vida y sus acontecimientos externos.
Nos identificamos con esto, nos identificamos con aquello, nos
identificamos con cuanto nos dicen, nos identificamos con el tiempo, nos
identificamos con los periódicos.
Mientras sigamos siendo así nada hacemos, sino que todo es hecho para
nosotros y estamos sencillamente al servicio de la vida.
Ninguna de las cosas que suceden en la Tierra, debidas a los tiranos, etc.,
puede compararse a la manera en que somos usados por la vida en cumplimiento de
su objeto que es el de mantenernos profundamente dormidos.
Por eso se dice que todos estamos en la prisión.
Pero no lo vemos.
Lo sentimos como si fuera la culpa de otro. Es aquí donde cometemos el
mayor error.
¿No recuerdan la parábola en la que nos comparan a ovejas criadas para
provecho de los granjeros?
Todo lo que quieren es nuestra lana y carne.
Con el fin de lograrlo nos enseñan himnos y nos aconsejan de no
extraviarnos porque espantosos lobos están prontos para devorarnos.
Y esto es muy cierto, porque a menos de haber alcanzado el nivel del Buen
Amo de Casa y, además, a no ser que tengamos un Centro Magnético, si intentamos
rebelarnos contra la vida sufriremos aun más que antes.
Nos convertimos en mártires que sufren su martirio.
Por eso el Trabajo se inicia con gentes que han alcanzado al menos el nivel
de Buen Amo de Casa.
Hemos de rebelarnos contra nosotros mismos, no contra la vida.
Desde luego, son muchas las gentes que al entrar en este Trabajo imaginan
que serán convertidas en nuevos seres en unas pocas semanas.
Se les enseña a no identificarse, pero claro está no entienden lo que esto
quiere decir, porque siguen tomando cada suceso de la vida como un hecho, como
algo muy serio, y no como un evento.
Y en verdad se necesita mucho tiempo antes que un hombre, una mujer
empiecen a descubrir de qué trata este Trabajo.
A una persona le pueden decir repetidas veces que está bajo 48 ordenes de
leyes.
Pero no se da cuenta de lo que ello significa.
Ahora bien, hay una cosa acerca de la cual quiero hablarles, relacionada
con el poder que los eventos tienen sobre ustedes en todo momento.
Hay dos maneras de tratar los eventos, una vez que se tiene conciencia de
la acción mecánica que ejercen sobre nosotros.
Una de ellas es apartarse del poder que ejercen no identificándose —pues
estamos bajo el poder de las cosas con las cuales nos identificamos—.
La otra, es quererlos.
En los primeros días que estaba en este Trabajo una de las tareas que me
habían encomendado era la de vencer el miedo.
Me dijeron que observase el miedo en si mismo —y el miedo es una cosa muy
conveniente de observar en ustedes mismos.
Me di cuenta que me daba miedo el nuevo modelo de ómnibus de dos pisos que
cruzaba las esquinas a toda velocidad.
Hacia mucho que manejaba coches y por dicha razón era probablemente más
sensible.
Un día húmedo subí al piso alto de un ómnibus de ese tipo y al doblar una
esquina a toda velocidad desee con toda voluntad que se volcara y, lo que es
extraordinario, el miedo me abandono.
Había desaparecido.
De ello deduje que una gran parte del miedo proviene de esperar que algo no
suceda.
Ahora bien, trate de querer lo que tiene que hacer.
A menudo el Sr. Ouspensky daba esta clase de ejemplos que algunos habrán
oído.
Se basan en la idea general que si algún suceso es inevitable se puede
hacer dos cosas: separarse no identificándose con el suceso; o quererlo, y
dejarse llevar por él.
Cuando estaba en el Instituto en Francia, solían decirme a la seis de la
mañana, cuando estaba trabajando en una tarea, que tenía que realizar otra.
Solía pensar que ésto era muy injusto.
No comprendía que el trabajo concentrado sobre el ser que el Instituto
estaba llevando a cabo se refería en parte a no llegar a ser negativo cuando no
se puede hacer lo que se desea hacer.
Claro está, éste es un trabajo sobre si muy difícil porque parece
irrazonable, como en el caso del novicio a quien le dijeron de plantar coles y
las cuidaba con el mayor cuidado y, una mañana que salió, a su regreso vio que
todo el terreno había sido arado a propósito por haberse identificado a tal punto
con las coles.
Además conviene mucho querer lo que se tiene que hacer porque nos libera
interiormente.
"Todo lo que viniere a la mano para hacer, hazlo según tus
fuerzas" (Eclesiastés IX, 10).
Agregaría a modo de comentario: "Todo lo que te viniere a hacer, hazlo
según tus fuerzas".
Y ésto quiere decir quererlo, en cuanto tenemos voluntad.
Dije una vez que había una buena manera de observarse a si mismo desde otro
ángulo —es decir, observar a qué cosas se ponen reparos en el día y tratar de
querer aquello a lo cual se ponen reparos y no aceptarlo meramente.
Hay que decirse algo semejante a esto: "Vamos, ocupémonos de
esto".
Y les aseguro que es una muy buena manera de acabar con muchas cosas que
tenemos que hacer en el día.
¿Por qué?
Una de las razones es que es tan fácil volverse negativo cuando se quiere
hacer otra cosa o no se ve por que uno habría de hacer esa otra cosa.
Se dice uno para si: "Esto es injusto".
Pero en la vida todo es injusto.
Nada es recto o justo en esta Tierra, y tendrían que leer el maravilloso
capitulo de Ouspensky acerca del Misticismo Experimental para entender que
nuestra idea de justicia en la Tierra es una ilusión, tal como lo vio él a
través de la percepción interior de un plano más elevado de comprensión.
En este nivel toda la humanidad dormida pertenece a un diminuto planeta que
es una especie de manicomio.
No hay justicia, no hay rectitud.
Si todos los que están en la Tierra llegaran a ser conscientes, entonces la
historia sería muy diferente.
Basta observar lo que está sucediendo en el mundo hoy en día.
Por eso en lugar de referir todas las cosas a la idea de rectitud y
justicia es mucho más conveniente querer lo que hay que hacer en todo y tratar
de despertar de las emociones negativas.
Esto nos procura libertades y paz interior.
Cocear contra el aguijón nos hace más negativos y por lo tanto menos y
menos libres.
Esta conferencia se refiere a las dos maneras de tomar los eventos de la
vida.
Una es no identificarse con ellos; la otra es quererlos.
A veces hemos de emplear uno de los métodos, otras el otro, o ambos.
Les diré también un secreto.
Hemos de querernos los unos a los otros: éste es el principio del amor
consciente.
Maurice Nicoll
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